Son días revueltos. Me encuentro en mitad de exámenes con una sensación de nervios pero a la vez confianza, ha llegado el invierno y con él se han congelado los recuerdos más calurosos pero se han encendido las luces más bonitas de la ciudad, quedan pocos días para que llegue la Navidad acompañada de esos días de familia y de descanso, no queda tanto para un concierto que estamos preparando con todo nuestro empeño (luchando contra grandes inconvenientes), ya van dos meses de angustiosa invisibilidad y hoy hace exáctamente un año del día que inicié el viaje de mi vida. Cualquiera se concentra. Cómo poner en orden los pensamientos no es tarea fácil.
Hablo de todos aquellos familiares que nos acogen en sus casas y que quieren lo mejor para nosotros. Hablo de los amigos que nos soportan todos los días y consiguen que sonriamos. Pero no me quedo sólo con las personas que tengo el enorme privilegio de tener cerca y poder verlas. También están todos aquellos que se encuentran en la distancia. Sea por estar de viaje, por vivir lejos, por estar cerca pero tener miedo al reencuentro... Hablo de todas y cada una de las personas que alguna vez en la vida me han dedicado su sonrisa. En estas fechas pienso acordarme de todos, aunque sea unos segundos. Si estáis cerca os lo demostrare, si estáis lejos os recordaré y si no os queréis acercar lo entenderé.
Allí estaba. Una verdad. Sencilla.
Perdón por el discursito, sólo quería explicar qué es lo que había encontrado. Y sé que muchos me tacharéis de profundo, de cursi o de "moñas". Entonces os diré "oye, y qué?" Tengo la esperanza de que otros entenderéis lo que quiero decir y pensaréis en los que os rodean y haréis lo correcto; dar las gracias. Y eso es lo que quiero hacer, daros las gracias.
Gracias (se os quiere y se os echa de menos)
Al dueño del trastero:
Gracias por dejarme la llave para abrir tu rincón. No sabes lo mucho que me gustaría que estuvieses más cerca y cuánto te echo de menos. Un abrazo enorme (el que te mereces).
Pero hoy he entrado en el trastero de un amigo. He estado allí un rato y cuando me disponía a salir he encontrado algo maravilloso. No se trataba de ningún objeto, de ninguna criatura, de ningún aroma... era una verdad. Una verdad que se me hace difícil explicar pero que he comprendido al momento. En estas épocas (navideñas, de fiestas, de vacaciones, de invierno, o como cada uno prefiera llamarlas) nos acordamos de todas aquellas personas que nos rodean y que en cierto modo forman parte de nuestra vida. Son ellas las que amueblan nuestra cabeza en estos tiempos de confusión, porque son ellas las que necesitamos para ser felices.
Hablo de todos aquellos familiares que nos acogen en sus casas y que quieren lo mejor para nosotros. Hablo de los amigos que nos soportan todos los días y consiguen que sonriamos. Pero no me quedo sólo con las personas que tengo el enorme privilegio de tener cerca y poder verlas. También están todos aquellos que se encuentran en la distancia. Sea por estar de viaje, por vivir lejos, por estar cerca pero tener miedo al reencuentro... Hablo de todas y cada una de las personas que alguna vez en la vida me han dedicado su sonrisa. En estas fechas pienso acordarme de todos, aunque sea unos segundos. Si estáis cerca os lo demostrare, si estáis lejos os recordaré y si no os queréis acercar lo entenderé.
Allí estaba. Una verdad. Sencilla.
Perdón por el discursito, sólo quería explicar qué es lo que había encontrado. Y sé que muchos me tacharéis de profundo, de cursi o de "moñas". Entonces os diré "oye, y qué?" Tengo la esperanza de que otros entenderéis lo que quiero decir y pensaréis en los que os rodean y haréis lo correcto; dar las gracias. Y eso es lo que quiero hacer, daros las gracias.
Gracias (se os quiere y se os echa de menos)
Al dueño del trastero:
Gracias por dejarme la llave para abrir tu rincón. No sabes lo mucho que me gustaría que estuvieses más cerca y cuánto te echo de menos. Un abrazo enorme (el que te mereces).
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