Un día en Ibiza recibí una llamada que me anunció que pasaría julio en las afueras de Londres como monitor de chicos españoles de entre 15 y 17 años. No era una broma. Por suerte contaba con la ayuda de un compañero que sabía lo que hacía (y que ha acabado tocando la guitarra un poco por mi culpa) y el grupo era genial. Unos días entretenidos en la capital inglesa, no me puedo quejar.
Tengo que decir que por fin pasé un agosto de verdad. No es que el resto fuesen aburridos, pero siempre estaba colgado en las montañas y a la larga s echaba de menos tener un grupo de gente con la que pasar el rato. Este agosto fue diferente. Los primeros días en los Pirineos fueron geniales: buen tiempo, fiestas del pueblo y gente nueva que alegró mi estancia. Después tocó bajar a Sitges. Seaside. Hacía muchos años que no estaba por Sitges en agosto, pero pronto conocí a un grupo maravilloso de personas con las que compartí auténticos momentos memorables y a las que quiero dar las gracias desde aquí por acogerme en vuestro grupo y hacer que conociese a gente extraordinaria. Agosto se acabó con los últimos petardos de las fiestas, entre chispas y múscia. No quería que aquello se acabase. No quería que llegase septiembre.
Nadie, y cuando digo nadie es nadie, podría haberme avisado de que septiembre sería un gran mes (igual es demasiado violento decirlo, pero podría ser el mejor mes). Mientras todos empezaban los colegios y las universidades yo salía a correr y paseaba al perro. La semana del 20 de septiembre (día en que empecé la carrera de Periodismo) se presentó con lluvia (premonición incorrecta). Antes he dicho que podía recordar el día 15 de enero a la perfección. Bien, creo que será prácticamente imposible que olvide el martes 21 de setiembre. Aprobé el práctico del carnet de conducir (a la primera) y recibí mi nueva guitarra, un auténtico pepino. Un gran día, pero se queda pequeño al miércoles que le siguió. Aquel si que fue un día que es imposible que olvide. Igual olvido qué hice ese día, pero no me quitaré de la cabeza el abrazo con más sentido y significado que he recibido. Recuerdo como me temblaba todo el cuerpo y lo mucho que me costó despegarme la sonrisa que tenía de oreja a oreja. Y no sé si fue por ella, pero a partir de ese día las cosas me salieron a la perfección: batí mi marca de 10 km, hice un tiempazo en mi primera media maratón y entré en octubre ganando con Thursday Ride el First Day Festival.
Recibí octubre con la mejor de mis sonrisas. Igual no me daba cuenta, pero todo iba bien. Bien no, genial, maravillosamente. Me reuní con mis compañeros de expedición un año más en Zaragoza. Volver a verlos todavía aumentó más mi alegría. Hasta que un viernes se llevaron mi muela del juicio y mi ilusión. Se había acabado. Una persona inteligente y hábil me ha dicho que no vale la pena escribir las cosas malas si ha habido algo bueno que recordar. Voy a hacerle caso, porque aquellas semanas fueron los mejores días del año (lo siento, de verdad, no quiero ser pesado, pero es cierto) y no vale la pena pensar en lo malo cuando tengo un recuerdo que me hace sonreír cada día.
Noviembre fue un mes de duro trabajo en la universidad. Trabajos que se acumulaban y libros interminables que eran imposibles de entender. Pero a su vez fue un mes idóneo para conocer a las geniales personas con las que voy a estudiar durante los próximos cuatro o seis años. Ya se veía que los estudiantes de periodismo eran muy buena gente y muy buen grupo, pero quedó demostrado la noche en que nos cargamos la tarima de Bucaro en la Pompeu Farra. O la mítica noche en el chino/karaoke, que dio comienzo al último mes del año.
Diciembre empezó con buena nieve y mucha lluvia que lo estropeó todo. Aunque la lluvia se transformó en horas de estudio para los exámenes finales, de los que estoy bastante satisfecho. Después de los exámenes han empezado unas largas vacaciones que quiero disfrutar de verdad antes de volver a la rutina.
Todavía quedan días de año, entre ellos Navidad. estoy seguro de que serán días agradables. Días en los que recordar este año que ha tenido de todo. Espero que el 2011 esté a la altura del 2010. No lo pongo en duda. Si algo he aprendido este año es que te puedes llevar una sorpresa en cualquier momento.
Un brindis por el 2010.
Tengo que decir que por fin pasé un agosto de verdad. No es que el resto fuesen aburridos, pero siempre estaba colgado en las montañas y a la larga s echaba de menos tener un grupo de gente con la que pasar el rato. Este agosto fue diferente. Los primeros días en los Pirineos fueron geniales: buen tiempo, fiestas del pueblo y gente nueva que alegró mi estancia. Después tocó bajar a Sitges. Seaside. Hacía muchos años que no estaba por Sitges en agosto, pero pronto conocí a un grupo maravilloso de personas con las que compartí auténticos momentos memorables y a las que quiero dar las gracias desde aquí por acogerme en vuestro grupo y hacer que conociese a gente extraordinaria. Agosto se acabó con los últimos petardos de las fiestas, entre chispas y múscia. No quería que aquello se acabase. No quería que llegase septiembre.
Nadie, y cuando digo nadie es nadie, podría haberme avisado de que septiembre sería un gran mes (igual es demasiado violento decirlo, pero podría ser el mejor mes). Mientras todos empezaban los colegios y las universidades yo salía a correr y paseaba al perro. La semana del 20 de septiembre (día en que empecé la carrera de Periodismo) se presentó con lluvia (premonición incorrecta). Antes he dicho que podía recordar el día 15 de enero a la perfección. Bien, creo que será prácticamente imposible que olvide el martes 21 de setiembre. Aprobé el práctico del carnet de conducir (a la primera) y recibí mi nueva guitarra, un auténtico pepino. Un gran día, pero se queda pequeño al miércoles que le siguió. Aquel si que fue un día que es imposible que olvide. Igual olvido qué hice ese día, pero no me quitaré de la cabeza el abrazo con más sentido y significado que he recibido. Recuerdo como me temblaba todo el cuerpo y lo mucho que me costó despegarme la sonrisa que tenía de oreja a oreja. Y no sé si fue por ella, pero a partir de ese día las cosas me salieron a la perfección: batí mi marca de 10 km, hice un tiempazo en mi primera media maratón y entré en octubre ganando con Thursday Ride el First Day Festival.
Recibí octubre con la mejor de mis sonrisas. Igual no me daba cuenta, pero todo iba bien. Bien no, genial, maravillosamente. Me reuní con mis compañeros de expedición un año más en Zaragoza. Volver a verlos todavía aumentó más mi alegría. Hasta que un viernes se llevaron mi muela del juicio y mi ilusión. Se había acabado. Una persona inteligente y hábil me ha dicho que no vale la pena escribir las cosas malas si ha habido algo bueno que recordar. Voy a hacerle caso, porque aquellas semanas fueron los mejores días del año (lo siento, de verdad, no quiero ser pesado, pero es cierto) y no vale la pena pensar en lo malo cuando tengo un recuerdo que me hace sonreír cada día.
Noviembre fue un mes de duro trabajo en la universidad. Trabajos que se acumulaban y libros interminables que eran imposibles de entender. Pero a su vez fue un mes idóneo para conocer a las geniales personas con las que voy a estudiar durante los próximos cuatro o seis años. Ya se veía que los estudiantes de periodismo eran muy buena gente y muy buen grupo, pero quedó demostrado la noche en que nos cargamos la tarima de Bucaro en la Pompeu Farra. O la mítica noche en el chino/karaoke, que dio comienzo al último mes del año.
Diciembre empezó con buena nieve y mucha lluvia que lo estropeó todo. Aunque la lluvia se transformó en horas de estudio para los exámenes finales, de los que estoy bastante satisfecho. Después de los exámenes han empezado unas largas vacaciones que quiero disfrutar de verdad antes de volver a la rutina.
Todavía quedan días de año, entre ellos Navidad. estoy seguro de que serán días agradables. Días en los que recordar este año que ha tenido de todo. Espero que el 2011 esté a la altura del 2010. No lo pongo en duda. Si algo he aprendido este año es que te puedes llevar una sorpresa en cualquier momento.
Un brindis por el 2010.
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