Gris como su olor, pesado como su textura. Se expande por el aire como si huyese de su punto de salida, ese minúsculo cigarrilo cargado de nicotina que va muriendo poco a poco. Estos días está por todas partes, parece que la gente lo ha adoptado como medicina para superar septiembre. Me agobia, me molesta y me repugna.
Gente fumando por la calle, llenando la acera de una atmósfera ceniza. Gente fumando en los coches, prestando más atención al cigarro que a los peatones. Niños escondidos con su cigarro, fumando su momento de gloria y de sentirse más mayores. Grupos haciendo presión y predicando la doctrina del humo. Cigarros encendidos en la mesa, cambiando el gusto de los alimentos. Fumadores en las bodas, los entierros, las comuniones y los bautizos. Fiestas con más humo que música.
Muchas risas, dedos que sostienen cigarros, caladas que acortan minutos y ceniceros como ambientadores. Y yo, como mero espectador, me acuerdo de aquel portugués y de su famosa frase:
¿Por qué?
Gente fumando por la calle, llenando la acera de una atmósfera ceniza. Gente fumando en los coches, prestando más atención al cigarro que a los peatones. Niños escondidos con su cigarro, fumando su momento de gloria y de sentirse más mayores. Grupos haciendo presión y predicando la doctrina del humo. Cigarros encendidos en la mesa, cambiando el gusto de los alimentos. Fumadores en las bodas, los entierros, las comuniones y los bautizos. Fiestas con más humo que música.
Muchas risas, dedos que sostienen cigarros, caladas que acortan minutos y ceniceros como ambientadores. Y yo, como mero espectador, me acuerdo de aquel portugués y de su famosa frase:
¿Por qué?
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