Los músicos suben tímidos pero con ganas al escenario. Ellos con camisas negras de chorreras y ellas con vestiditos no aptos para pequeños. Se cuelgan los instrumentos y tocan alguna nota para comprobar que todo está listo. Con gestos indican al técnico de sonido (si tienen uno, claro está) si es necesario algún ajuste de última hora. Enfrente del escenario no hay demasiada gente, y los pocos parroquianos que se encuentran en la plaza se apiñan en la barra para darse cita con la caña de cerveza que tanto les gusta.
Unos golpes de baqueta marcan el tempo y ¡toma pasodoble! Empieza el repertorio que durará hasta que salga el Sol o hasta que no quede vecino en pie. Los de la barra siguen con la misma actitud pasiva (cervecera) pero alguna pareja mayor se anima con los pasodobles y salen a bailar a la plaza ante la mirada atónita de los más pequeños, que intentan imitarles. Los pasodobles preceden a las rancheritas, que hacen que más de uno se empiece a animar. Con el "no rompas más mi pobre corazón" empiezan las coreografías y los bailes estrafalarios. A partir de este punto la cosa se va animando (y la cerveza sale cada vez más rápido de los barriles). Finalmente empiezan a sonar las canciones macarrónicas de los cuarenta principales, de los triunfitos, de los Disco Estrella... Pachanga de la buena que sólo se toma un respiro con el Bingo. La traca final llega con los últimos supervivientes de la noche cogidos por los hombros coreando el "I Will Survive" como si les fuese la vida en ello. Después, con los primeros suspiros del alba, todos a dormir que hay que reponer fuerzas para otra noche de fiesta de pueblo.
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